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Tenemos tendencia a clasificar. Todos sin excepción.
Clasificamos objetos, clasificamos documentos, animales y personas. Lo clasificamos todo. Es una tendencia innata del ser humano, incrustada en nuestro genoma, que nos permite saber qué es bueno, qué es bonito o qué es dulce.
Durante los últimos años apareció una palabra (yo diría “palabro”) que mes a mes ganó fuerza conforme la crisis se hacía más evidente: los “Ni-Ni”, para designar a jovenes que ni estudian ni trabajan y que viven de lo poco o mucho que ganan sus padres: una nueva clasificación.
Ese es tal vez, uno de los claros ejemplos dónde la crisis ha golpeado y con fuerza: jovenes con o sin estudios en busca de un trabajo digno; o de un simple trabajo, en definitiva. Jovenes que viven el día a día viendo como no obtienen trabajo por falta de experiencia aún estando (como decía el anuncio) sobradamente preparados, o porque, simplemente, no son necesarios si un becario con un mísero sueldo puede realizarlo.
Los Ni-Ni, insisto, son una de las clases (si no la que más) afectadas por la acuciante crisis que ha destrozado el falso estado del “bienestar” a cañonazos.
Durante los últimos meses hemos visto cómo han caído los gobiernos de Egipto o Túnez, se han manifestado en el Yemen, Siria, Marruecos o Libia, hartos de regímenes totalitarios. Quien tuvo el coraje de iniciar esos movimientos fueron los Ni-Ni locales, aquellos a los que la crisis hartó de ver cómo las riquezas y el poder se lo repartían unos cuantos y aguantaron semanas en lugares como la plaza Tahrir del Cairo, o la de la Perla en Bahrain, y recibieron disparos (sólo hay que ver las noticias que llegan desde el Yemen o Siria).
El viernes pudimos comprobar en los medios de comunicación cómo la represión llegaba hasta nuestra casa; cómo nuestra policia (los mossos d’esquadra) actuaban y reprimían la concentración de Plaça Catalunya, ¿Quién dijo que la juventud actual no está socialmente comprometida?
Ayer pudimos comprobarlo también en Calafell, dónde un grupo de jovenes montó una cacerolada y trató de hacer oir su voz desde la plaza Alcalde Romeu y pasando por la playa, donde aquellos que disfrutaban de un domingo de relax observaban a los manifestantes con miradas cómplices, asintiendo a lo que las pancartas mostraban o incluso aplaudiendo desde los balcones.
Nuestra juventud está viva y piensa, más de lo que algunos creyeron, por suerte para todos; dejemos de clasificarlos.